El otro día, hablando de esos días que quedan guardados en nuestra memoria por ser particularmente duros, estresantes, horrorosos, odiosos, acabamos hablando de mi regreso de Tánger a Barcelona, desde luego,uno de los días más intensos de mi vida, que aglomeró un sinfín de emociones y vivencias, que tardaré años en olvidar.
La aventura en sí, empezó el día anterior, ya que nos encontrábamos en las afueras de Rabat, dónde pasamos el día, para terminarlo en un pueblecillo dónde vivía la família política de mi amiga y anfitriona.
El plan era coger un taxi desde allí hasta Tánger, dormir , madrugar y coger el ferry rumbo a Algeciras.
Teniendo en cuenta que el trayecto nos podía llevar unas 4 horas, sobre las 8 debíamos salir, sin embargo, a las 8 llegó el taxi y uno de los miembros de la familia decidió mandarlo de vuelta, era pronto para que nos marcháramos, según ellos.
Hacía 3 días que estaba enferma, con unos retortijones estomacales que hacían que me doblase de dolor cuando estaban en su máximo apogeo y que me tenían sin casi comer, desde hacía los mismos días, puesto que salvo un arroz hervido que me prepararon una vez, el resto de personas con las que estaba, el concepto de que cuando estás enfermo del estómago a causa de algo que has comido, has de hacer dieta, no lo comprendían muy bien; bueno, no lo comprendían en absoluto.
Finalmente, en un estado de nervios más que notable, por parte de mi amiga, de su madre y yo misma, conseguimos coger el taxi que nos llevaría a Tánger de vuelta, eran las 10 de la noche y nos esperaba un trayecto de, con suerte, 4 horas, trayecto que en si mismo, ya resultó una experiencia de terror extremo, puesto que sin en Marruecos las carreteras son peligrosas y los conductores suicidas, a eso teníamos que sumarle, que era de noche y que el taxista hallaba todo tipo de rutas alternativas para ganar terreno a la carretera; invadir el carril contrario más de lo necesario, salirse de la carretera por los laterales, no necesariamente los de su sentido, pasar rozando árboles y otros elementos contundentes del paisaje y un largo etc.
Mi amiga y su madre, decidieron que si nos íbamos a matar, lo mejor era dormir.
Yo, por el contrario, decidí que si nos íbamos a matar, lo mejor, era verlo venir, así que me pasé las 4 horas del viaje completamente despierta y sufriendo cada curva, adelantamiento y derrape, con una calma y una entereza, que he de reconocer, me sorprendieron a mi misma.
A medida que nos íbamos acercando a Tánger, se fue haciendo patente, que un temporal de viento, llevaba horas azotando la zona.
En si mismo los temporales de viento, me dan bastante lo mismo, pero cuando estás a punto de regresar, al fin, a tu adorada patria y lo vas a hacer en ferry, un temporal de viento, suele significar quedarse en tierra hasta que las condiciones mejoren, y a más largo plazo, significa, perder el vuelo que te lleva a tu casa y esa idea, tras 12 días en Marruecos y tras 3 de ayuno y retortijones, era más de lo que podía soportar.
Así que allí estaba yo, en un taxi que conducía un taxista loco, rezando todo lo que sabía para dejar de ver palmeras que se doblaban sobre sí mismas y objetos variados volando.
Sobre las 2 de la madrugada, llegábamos a nuestro destino, molidas y de los nervios, teníamos unas 2 horas para dormir, así que puse mi móvil a cargar, ya que era muy importante que al día siguiente tuviese la batería a tope, y teniendo en cuenta que allí la red eléctrica es mucho menos potente, dos horas de carga no sirven para mucho.
Lo que yo no sabía, es que mi amiga tuvo la misma idea, sólo que en vez de poner su cargador en el ladrón, dónde yo lo hice, ella desenchufó el ladrón y lo puso directamente en el enchufe, motivo por el cual, mi móvil no se cargó más que unos 5 minutos, o sea, nada.
No sé ni cómo, pero me dormí, agotada.
Mi nerviosismo era tan grande que me desperté a los 40 minutos bañada en un sudor frío, a pesar de la cálida noche de agosto que hacía y el resto de la noche, apenas descansé.
A las 4 de la mañana nos levantamos, recogimos todo y salimos rumbo al puerto, una vez en la calle, mi estómago empezó a emitir sonidos aterradores y aunque yo no tenía diarreas, me imaginé lo peor y tuve que volver a subir para verificar que no iba a tener un susto a mitad del camino; mi amiga me confirmaba que era cosa de los nervios, que a ella también le solía pasar a la vuelta.
Conseguimos un taxi y llegamos al puerto, eran casi las 5 de la mañana, el ferry salía a las 6, así que íbamos bien.
Después de una cola de narices, llegué al mostrador para que me sellaran el pasaporte y empezaron mis problemas.
El funcionario, sin mirarme a la cara, empezó a negar con la cabeza y a hablar, en árabe, y me devolvió el pasaporte, sin sellar junto con el billete.
Traté de entenderle por todos los medios, pero no, él no estaba muy por la labor, así que fui a buscar a mi amiga para ver que pasaba.
El motivo por el cual no podía volver a mi país, era de tal gravedad, que casi muero de la impresión...la tarjeta que hay que rellenar obligatoriamente, tanto al entrar cómo al salir del país, indicando tus datos y dónde te vas a hospedar o has estado hospedado, no era del color adecuado, o sea, cuando yo compro un billete de ferry, la compañía me facilita dicha tarjeta, yo la relleno y la entrego, fácil ¿no?, pues no.
Para este funcionario, esa tarjeta no era reglamentaria, y con esa tarjeta, yo no salía de Marruecos.
Nada, pues búscate otra tarjeta, pero claro, si las tarjetas sólo se dan con el billete, ¿dónde consigues una tarjeta a menos de 30 minutos de la salida del ferry?
Mi amiga, en ese momento, se lanzó en picado a los mostradores de venta de billetes, pidiendo una nueva tarjeta pero le decían que si no compraba también el billete, no había tarjeta.
En otro momento, haces lo que sea, para convencerlos, pero con el tiempo en contra, las cosas son más complicadas.
Cuando ya empezábamos a creer que me quedaba en tierra por el capricho de un funcionario con ganas de joder, uno de los muchos chanchulleadores que andaban por allí, se apiadó de nosotras, digo se apiadó, por qué el individuo en cuestión vivía de robar las tarjetas de marras y revenderlas, imagino que a guiris cómo yo misma y a lo mejor, hasta se partía los beneficios con los funcionarios, vaya usted a saber.
Lo normal hubiese sido que nos vendiera la tarjeta, pero debía de haber algo conmovedor en la cara de mi amiga y la mía propia, por qué se acercó y se la dio a mi amiga sin más, con una sonrisa.
La rellené a toda prisa, y al fin me dejaron pasar; tenía frente a mi, a una marea humana y tan solo un arco para pasar los equipajes, 20 minutos para coger el ferry y un nudo en el estómago.
La cola era una especie de masa uniforme que avanzaba sin ningún orden, dónde te clavaban codos, te pisaban, trataban de colarse y depositaban sobre ti maletas de 80 kilos, con total naturalidad.
Yo, de habitual cededora de asientos, educada en la correción de las colas, paciente y disciplinada, tuve claro, que o me espabilaba, o perdía el ferry.
Así que cuando tuve al alcance de mis manos la cinta del arco, traté de subir mi maleta con todas mis fuerzas, arrancarla del bosque de piernas que la oprimía y depositarla en la cinta a pesar de los pasajeros que para poner la suya tiraban al suelo las demás, de los empujones y codazos y he de confesar con orgullo, que sólo me llevó unos 5 minutos hacerlo.
Lo mejor de todo esto, es que el arco pitaba continuamente, puesto que nadie ponía ni las mochilas ni los bolsos en la cinta y cómo allá dónde fueres, haz lo que vieres, yo hice lo mismo, por qué en esa cinta llena de manos que lo tocaban todo, yo no dejaba mi bolso, ni borracha.
Al fin, superado el arco, y recogida la maleta frente a los militares que nos observaban sentados en sus sillas, comiendo algo y hablando animadamente entre ellos, (ojo, si quitas la maleta muy rápidamente, querrán revisarla, si la dejas, te gritarán para que la saques por qué molesta), me dirigí a la cola del ferry; ya solo quedaban 10 minutos para las 6.
En el tunel distribuidor del puerto había un amable anciano, que miraba tu billete y te señalaba la cola, la mía, estaba en el mismo distribuidor, una cola enorme para un ferry enorme.
Pero había algo que no iba bien; si yo tenía un billete para un fast ferry, ese no podía ser mi barco, era demasiado grande para ser fast, así que no localizando a ningún empleado cerca, llamé a mi medio pomelo que había hecho el camino de vuelta hacía 9 días, con la poca batería que tenía y le pregunté si su ferry era pequeño y si tenía alguna característica para reconocerlo.
Efectivamente, mi ferry debía tenía que ser pequeño, un ferry de la compañía Acciona para ser concretos y solía estar al final del puerto.
Le conté mi situación a mi medio pomelo, que faltaban unos 10 minutos para las 6, que no encontraba el ferry y que estaba sin batería.
Días después de mi llegada, mi medio pomelo me confesó, que en los años que llevabámos juntos, jamás había pasado tanta ansiedad cómo aquel día, que se puso tan nervioso que pensó que ya no me volvía a ver, que no podría salir del país y que terminaría en el desierto del Sáhara en un harén intercambiada por dos cabras y un camello.
A 10 minutos de la salida del ferry, lo tuve claro, yo cogía ese ferry aunque fuese lo último que hiciese, así que dejé la maleta en la cola, a merced de la chica de delante, todo lo que tenía valor lo llevaba encima, y en ese momento la maleta me daba lo mismo, y me puse a buscar frenética al abuelito, le pegué en los morros el billete, insistió en señalar la cola de la que salía y le dije:
-Fast ferry, Acciona!!!!
El abuelo me miró y señaló hacia otro lado.
Asomé la cabeza y casi me muero del susto.
Sí, había un ferry de Acciona en el puerto, pero estaba lejos, lejos, lejos.
Pero lejos.
Con lágrimas en los ojos, agarré mi maleta y salí corriendo, bueno, más bien arrastrándome, rumbo al ferry lejano, por el camino encontré a un trabajador del puerto, con el que había hablado mi amiga dentro para que me ayudase un poco una vez pasase el arco, vino hacía mi y me cogió la maleta para ayudarme con una sonrisa. Yo, con un hilo de voz le dije:
-Fast ferry, Acciona- y él con los ojos cómo platos señaló el ferry al fondo del puerto miro el reloj y dijo:
-Deva!!!-una de las pocas palabras que aprendí en árabe, que significa, ahora, o sea, que se iba ya!
Cogí la maleta, le di las gracias y salí lo más rápido que pude.
-Quédate y ayuda a los demás, por mi ya no puedes hacer nada- le dije aunque él no me entendiera.
Mientras trataba de correr todo lo que podía, el pulso latiendome en las sienes, mi cuerpo tan débil que caminar ya era un esfuerzo, me di cuenta de que llevaba justo detrás a dos chicos, arrastrando sendas maletas con la misma cara que debía tener yo en ese momento.
-Fast ferry?- pregunté. Asintieron con la cabeza, sonreí y les hice un gesto con la mano, venga, vamos, que llegamos...o no.
Así que allí estábamos, yo a la cabeza, con mi maleta, mi mochila, mi bolso, mi estómago enloquecido, mi pulso disparado, consciente de que tenía que seguir corriendo, a pesar del dolor, a pesar del llanto que me impedía respirar con normalidad y de repente, me di cuenta de que la gente gritaba, no, no gritaba, la gente nos gritaba, miré a mi alrededor y vi que la gente que andaba por el puerto, empleados, viajeros, estaba gritándonos, dando palmas, levantaban las manos, haciendo señas...nos estaba animando, joder, que nos estaban animando!!!
Y de repente, salió un hombre de la nada y me pidió que parara.
Medio ahogada, tratando de recuperarme me quedé mirando al hombre, que era muy mayor y que no paraba de hablar y de reír, hasta que caí en la cuenta de que era la persona que miraba los billetes...la cola de los ferrys es tan larga que el revisor suele estar lejos del propio ferry, le echó un ojo, siguió hablando y me puso una mano en el hombro.
No sé lo que decía, pero sola, con lágrimas en los ojos, con cara de angustia y su mano en mi hombro, con una sonrisa tranquilizadora en su anciano rostro, no puedo más que decir que por unos instantes, me sentí arropada, cuidada y a salvo; pero sólo unos instantes, quedaba mucho trecho que recorrer y seguí corriendo.
El ferry ya estaba cerca,
-Los coches, he de mirar cuantos coches quedan por subir, hasta que suban todos esperará, pero luego se marchará- pensé.
Tres, quedaban tres coches por subir, yo seguía corriendo, dos, sólo dos, aún me quedaba un trozo, pero el último coche ya estaba entrando y yo no había llegado.
Recuerdo que ese fue el peor momento, por qué pensé que me dejaban en tierra en cuanto la compuerta de la bodega se cerrase.
Sin embargo, al fin, llegué y empecé a subir la rampa que lleva al barco, agarrada a la barandilla, tirando de la maleta casi sin fuerzas, me planté frente a los militares que controlan los pasaportes, que hablaban tan animados, cómo si yo no estuviese a medio metro tendiéndoles mi pasaporte.
Insistí en mi gesto, acerqué más mi pasaporte, pero nada, ni caso, ellos a lo suyo.
Me acordé de todos los encuentros en esos días con los militares, con la policía y muy a pesar de saber cómo las gastan me encendí y casi gritando dije:
-Bueno, qué, me va a mirar alguien el pasaporte o me voy!!!
Me miraron con cara de pocos amigos, me cogieron el pasaporte y con un movimiento de la cabeza me dijieron que entrase.
Ahora, además de todo, estaba temblando cómo un flan.
Llegué hasta la puerta del ferry, la abrí, una azafata me sujetó la puerta, me saludó y cuando me vio los ojos sonrió y me dijo:
-Tranquila, ya has llegado- yo sonreí sin poder hablar, me senté en una mesa y rompí a llorar,sólo unos instantes, cubriendo mi cara con las manos.
Saqué un pañuelo, me sequé la cara, me compré dos paquetes de dos madalenas, que serían mi alimento para todo ese día de trayecto, me senté de nuevo y mandé dos sms; uno a mi amiga para decirle que estaba en el barco, que gracias por todo.
Otro para mi chico, diciéndole que estaba bien, que ya estaba rumbo a España.
Luego apagué el móvil para ahorrar batería.
Respiré hondo y esperé a que aquello se pusiese en marcha, puesto que al final, el viento había amainado y saldríamos según lo previsto.
Ahora empezaba una nueva aventura, el reto de llegar con el estómago en su sitio y con el contenido del mismo íntegro, a Algeciras.
Por qué mi viaje, acababa de empezar y aún me quedaban un montón de peripecias por vivir...
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11 comentarios:
que angustia me has hecho pasar!!!!!
casi me quedo sin nieta..jajaja
Pues no te queda nada por leer, esa fue la primera parte de un viaje que empezó a las 5 de la mañana y terminó sobre las 7 de la tarde... :DDDDDDDDDDD
Ender, por favor, ten compasión, que casi me da un infarto.
Madre mía, casi me da un infarto! Ahora no nos dejes a medias, tendrás que acabar la hiatoria, eh! ;)
Si esto es el principio ¡ como será el final!, dios, me voy a tomar un valium para seguir leyendo. saludos
Maria Jesús, seguro que tienes el corazón fuerte para esto y lo que sigue ;D
Ana, seguirá, no seguirá? :DDDDD
Hola Rivela, bienvenida :D
El final es bueno, tranquis, pero el caminos...ojú!!!
Hogar, dulce hogar :)))).
Ender, ¡que angustia por Dios!
besitos,
Haw, no sabes cómo pensaba en mi hogar durante la vuelta, entre eso y darle un buen bocado a cualquier cosa que fuese cerdo y beberme una buena cervecita...lo del cerdo pudo ser ese mismo día, lo de la cervecita, tal y cómo llegué, tardó un par de semanitas.
Ioli, no te angusties :D
Hola, guapa.
Fascinante tu aventura por aquellos lares. Me recuerda mi último viaje a la India, allá por octubre/noviembre, cuando llegué al aeropuerto de Rishi Kesh a las 23.30 para coger un vuelo que salía a las 02.00 (el autobús llegó con 5 horas de retraso, creo).
Yo, de los nervios, porque el día que volvía era domingo y yo empezaba a trabajar el lunes, así que imagínate.
Sobre lo de las lenguas machistas, pues queda subsanado el error.
Un saludo.
PD. Que se pasa mal, que lo sé, y que te sientes impotente. Pero luego te ríes.
Hola Funcionario!
lo mejor de todas estas situaciones, es cómo dices, lo mucho que luego te ríes con tus amigos, son anécdotas que contar y también son cosas que aprendes.
Salir de tu casa espabila que es un contento ;D
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