Si una revolución es un giro de 360º, este año he revolucionado; o sea, que acabo justo dónde empecé, o más o menos.
He empeorado en el trabajo en sueldo y horario, aunque he ganado en tranquilidad y en compañerismo y me he alejado de un ambiente tóxico y de gente que tiene alucinaciones colectivas, lo cual no es que sea bueno, sino que es necesario.
Seguimos sin ser padres y a pesar de que el tercer intento era nuestro límite, sobretodo el mío a nivel emocional, vamos a intentarlo una cuarta.
El proceso para hacerlo, que amenazaba en ser largo, largo, largo, está en marcha y de momento no hay nada que evidencie que no podemos ser padres.
He buscado una nueva vía de ayuda útil para afrontar este difícil trago, acudiendo a una psicóloga que trata de que no sea tan dura conmigo misma y sobretodo, no me juzga ni me da consejos que no he pedido, ni me habla de casos parecidos al mío, cosas que ya no soporto más.
Acabo el año con menos amigos, por que no me van las medias tintas y o estás o no estás; amigos de borrachera no necesito.
Pero sobretodo, un día desperté y me sentí feliz, tranquila y en calma, algo que había olvidado, y me di cuenta de lo mal que había estado.
He estado tan triste, tan decepcionada, tan enfadada, tan resentida, que ni siquiera he estado viva.
No basta con ser fuerte o resistente, es necesario encarar las cosas con perspectiva, y con algo de alegría.
Es necesario escuchar a los tuyos cuando te dicen que pasará, y si no te lo dicen, pedirles que lo hagan.
Es necesario reir, es necesario llorar, y gritar, y estar en silencio.
Es necesario vivir cada minuto de tu vida, aunque sea en el mismo infierno, por que es tu tiempo y no va a volver y al final sólo te quedan trozos de vida vacíos, borrados, extirpados.
Hoy me siento tan tranquila, tan confiada, tan invencible, que puedo vacíar los dos platos de la balanza y dejar que el nuevo año los llene de nuevo.
Por eso acabo como empecé; sin nada y con todo por venir.