Era el hijo de un maltratador, física y verbalmente, putero, juerguista, borracho, prepotente y déspota que amargó durante toda su vida a su familia y destruyó moralmente a su mujer, no sólo con el maltrato, sino haciéndole elegir incontables veces entre él y sus hijos.
Primero odió a su padre con todas sus fuerzas.
Después, odió la tierra en la que vivía, añorando otra que en realidad nunca conoció, pero le contaba a todo el mundo que allí todo era mejor, que los de esa tierra eran más inteligentes, mejores personas.
Odió a su suegro, por hablar un idioma distinto al suyo.
Más tarde, odió su debilidad por haber huído abandonando a su familia.
Durante el resto de su vida, odió el vacío que le había dejado dentro romper a su familia de ese modo.
Odió el dolor que le había inflingido a sus hijos.
Odió ser tan cobarde.
Odió a las personas con las que sus hijos decidieron vivir sus vidas.
Y entonces, un día, les hizo elegir, exactamente igual que su padre.
Una vez más, no lo eligieron a él y les odió por ello y les condenó al silencio de su orgullo.
Muchos años después, despertó un día, sólo, amargado, consumido y enfermo.
Se miró al espejo y vió a su padre.
Le tembló el pulso, como cada mañana, mientras acercaba su mano al espejo y recorrió con sus dedos temblorosos el contorno de esa cara tan conocida.
Era él; se había convertido en su padre.
Lloró, lloró durante días y trataba de infundirse valor bebiendo, cada día un poco más.
Pero el alcohol lo aíslaba en un mundo tenebroso dónde el perdón no existía y su padre lo perseguía desde la tumba, desdentado, putrefacto, con las uñas llenas de tierra y se reía con una risa malvada, hasta que lo alcanzaba y le susurraba al oído:
-Eres cómo yo...un miserable cómo yo...
La gente cree que la vida le da a cada uno su merecido.
Siempre dicen eso, de que a cada cerdo le llega su San Martín.
Y todos esperan ver como un día, a esas personas malvadas, les pasa algo terrible.
Pero es mentira.
A esas personas no les pasan cosas terribles, como que las atraque un yonki y les pegue el Sida, o que los atropelle un conductor borracho y se queden en silla de ruedas, mientras los demás esperan con morbosa expectación.
A esas personas, que parece que la justicia divina no les alcanza, lo que les pasa, es que llega un día que se dan cuenta de que se han quedado a solas consigo mismo; y que se han convertido en aquello que más odiaban.
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4 comentarios:
Cuanta razón, yo tampoco creo en los castigos "divinos", ni en nada por el estilo. En la mayoría de casos, pero, el peor castigo es la soledad.
Besos!!
Pues eso es más que un castigo.
(Tengo la impresión de haberlo leído ya)
Mucha sabiduría desprende esta entrada. Un abrazo.
nee, pues sí, la soledad con unos mismo si se es así debe ser una penitencia difícil de llevar.
María Jesús, no dicen eso de quien siembra vientos recoge tempestades?
Pues eso.
Sí, se publicó por error, y la reprogramé, os dejé a ti y a Lur un comentario en la entrada anterior para que no pensaráis que estabás locas o algo :DDDDDDDD
Emejota, la que dan las ostias que es la que más uso XD
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