Dice mi medio pomelo que no sabe hablar inglés, aunque el caso es que sabe más de lo que se piensa y a veces hasta se arranca un poco, cuando ve que me sale humo de las dos neuronas angloparlantes que tengo y me echa un cable.
Por descontado que no habla alemán, y no lo entiende; como yo, vamos.
Así que va una por el mundo con la certeza de que su chico no se va a arrancar en ningún caso a hablar en alemán, en ninguna situación posible.
Es una verdad absoluta, un hecho demostrado, un dogma de fé, algo que mantiene el mundo girando en el sentido correcto y es importante que sea así.
No que no lo hable, sino el hecho de saberlo.
Una de las visitas que queríamos hacer en Berlín, era el cementerio judío de Weinssensse, así que fuimos a la oficina de turismo de Alexander Platz, dónde nos atendió un muchacho muy ocupado en otras cosas que por descontado no nos incluían a nosotros y nos dió una indicaciones más bien vagas, de cómo llegar.
El caso es que como sabíamos qué bus coger, el resto nos dió igual, ya preguntaríamos al llegar a la parada.
Pero al llegar a la parada, final de trayecto, nos encontramos en un descampado dónde no había nada además de la parada.
Yupi!
No nos quedaba otra que ir a preguntarles a los autobuseros que tenían allí aparcados sus buses, especie rústica y brusca dónde las haya, eran nuestra única fuente de información y por descontado, en germano, por que de inglix nothing de nothing.
Tomo aire, me miro el mapa, me aprendo el nombre entero en alemán, que mi inglés es una mierda pero la topografía alemana la ensayo hasta que se parece al menos un poco a lo que dicen las megafonías y nos acercamos a la tertulia de dos autobuseros que nos miran llegar con cara de animal de compañía de cuatro patas con un mal día.
Saludo y me dispongo a decirles que queremos ir al cementerio judío y que cómo se llega, cuando un ente a mi lado, mejor conocido como medio pomelo, va y dice:
-Entschuldigung, eine fragen, bitte.
Yo, juro por Dios, que en ese instante el mundo se ralentizó, quedó en silencio, los colores se apagaron y sólo se oía mi cerebro diciendo,
-Ka pasau, ka-pa-sau!!!!!!
Por que si en ese momento hubiese aterrizado un platillo volante, no hubiese flipado más, de verdad.
Vamos a ver, primero, ¿pero qué ha dicho?, está claro que lo ha dicho bien, por que el autobusero ha dicho que sí con la cabeza, un sí del estilo, amos a ver que quieres animalillo y yo he entendido lo del principio y lo del final, pero nada más.
Pero sobre todo, por que no me ha avisado de que iba a decir algo y ¡además en alemán!
¿¡Quién eres tú y que has hecho con mi chico!?
Dice mi medio pomelo que la cara que puse fue impagable, que lo miré atónita, abrí y cerré la boca varias veces sin saber qué decir y que por supuesto, perdí el hilo de lo que tenía que preguntar, por que el muchacho, muy amablemente, había dicho,
-Disculpe, una pregunta, por favor- y se suponía que tras el por favor, yo decía lo que tenía que decir, pero claro, como ni puta idea de lo que había dicho el maromo y sobre todo, pasmada de la sorpresa, no atinaba a pesar de que los autobuseros me miraban con cara de, arrancas o qué.
Una vez que el mundo recuperó el movimiento normal, el sonido y los colores, le señalé el mapa, le dije que queríamos llegar al cementerio, con una pronunciación que a mi me parecía alemán de toda la vida, y esperé indicaciones.
La cara del autobusero al ver el sitio al que queríamos llegar tampoco tuvo precio, nos miró, repitió el nombre del lugar, torció el gesto y ahí es cuando pensé que nos mandaba a freir espárragos, pero tras meditarlo unos minutos y compartir impresiones con el otro autobusero, se encaró a la carretera y mano en ristre señaló, recto, derecha, recto, izquierda, sin pérdida vamos, aparte de la carretera nosotros sólo veíamos una masa de árboles que no acababa nunca.
Dimos las gracias y pallá que fuimos.
Recuperada la intimidad le dije al medio pomelo si me contaba qué había dicho, por qué lo había dicho, pero lo más importante, ¡por qué no me avisó de que sabía decir cosas en alemán!
Todavía se está riendo, es que pasar un mes en Hamburgo es lo que tiene, se aprenden frases útiles que uno esconde y no utiliza hasta la mitad del viaje y además, lo hace por sorpresa, a ver si tu mujer llega a la conclusión de que en realidad hablas 7 idiomas pero no se lo has dicho.
Y esa fue la anécdota oficial de medio pomelo de este viaje.
*Al final llegamos al dichoso Jüdischer Friedhof Berlin-Weißensee.
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