Con uñas y dientes

domingo, 1 de julio de 2012

Hace unas semanas, mi abuelo se rompió el fémur en una caída, fué una de esas caídas en las que no saben si se rompió el hueso antes o después del golpe.
El resultado, como es de esperar en una persona de 96 años en un estado de salud no muy bueno, fué el ingreso inmediato y operarlo lo más rápidamente posible para evitar que el hueso roto sesgara alguna arteria.

Lo más rápidamente posible pese a lo grave del caso, fueron 6 días después, en sólo tres había eliminado la medicación que le impedía entrar en quirófano y se necesitaron 3 más para que le hicieran un hueco para llevar a cabo esa operación de tan alto riesgo que llevaban días repitiendo como loros, casi seguro, le iba a costar la vida.

A todo esto, mi abuelo no sabía lo que la operación entrañaba, por lo que más allá del dolor del hueso roto, estaba tranquilo, rodeado de su escasa familia que iba y venía todos los días.

Llegar a los 96 años en el estado de mi abuelo no es ningún premio, más allá de las dolencias habituales, azúcar, tensión, corazón, está el hecho de que no ve nada de un ojo debido a un glaucoma, no oye casi nada debido a una sordera que ganó trabajando, no puede casi andar y lo de tenerse en pie es complicado también.

Su gran ilusión siempre había sido llegar a los 100 años, pero desde hace muchos meses, repite sin cesar que esto no es vida, que más vale estar muerto, y nada más ingresarlo, le explicó a todo el que quisiera oirle, que preferiría morirse en la misma cama del hospital que vivir un día más así.

Mi chico, con su ánimo bromista habitual, le preguntaba el día antes de meterlo en quirófano si ya no quería llegar a los 100, a lo que mi abuelo respondía encongido de dolor, que no, que ya no quería.

Cuando mi madre nos llamó para confirmar que ese mismo día, por la tarde, entraba al fin a quirófano, nos dirigimos al hospital tan aprisa como pudimos, mi abuelo estaba contento, tantas atenciones, su hija, sus dos nietos y sus parejas, toda su familia allí presente, que le atendían en todo momento, y lo animaban, a pesar de que lo iban a meter en quirófano, algo que no le gusta nada, estaba feliz.

A las 4 de la tarde lo vinieron a buscar, lo acompañamos hasta la puerta del quirófano donde tuvimos que despedirnos y entonces, cuando el último de nosotros le había besado y le decía adiós con la mano, él se nos quedó mirando con la expresión muy seria, desconcertado y sobretodo, aterrado.
Abrió la boca para hablar, levantó una mano, pero no dijo nada.
Justo en ese momento, cuando nos vió retroceder delante de la línea amarilla, se dió cuenta de que estaba solo, que la lucha por su vida, una vez más, iba a librarla solo.
Fueron unos instantes indescriptiblemente angustiosos en los que no podíamos venirnos abajo a pesar de que nuestras entrañas se estrujaban y gritaban.
Sonreíamos con sonrisas llenas de lágrimas, aparentábamos ser fuertes y él no podía hacer otra cosa que creernos cuando le decíamos que nos veíamos en un rato.

De la hora y pico que debía durar la operación, pasamos casi 4 esperando, preguntando, entrando y saliendo.
Pero al fin, todo había acabado, todo había salido bien, nos mandaron a la habitación a esperarlo y a pesar de tener la puerta cerrada, en cuando salió del ascensor pudimos oír su voz grave y potente hablando con los muchachos que le llevaban en camilla.
Entró en la habitación tan eufórico que les preguntamos a los médicos si es que le habían dado alguna droga, estaba como no lo había vist en años, alegre, parlanchín, risueño, cariñoso...
Justo cuando mi chico se acercaba a la cama para saber como estaba, mi abuelo le decía que ahora sí se sentía preparado para llegar a los 100 años.
Y entonces entendí que no, que no lo habían drogado, no era eso, lo que pasaba es que a pesar de todo el dolor y cansancio, el ser humano se aferra a la vida con uñas y dientes y no hay nada tan poderoso como el verse a punto de morir para querer seguir luchando.

Por qué a pesar de todo, su deseo de estar vivo, seguía siendo fuerte.

5 comentarios:

Juan Luis T. dijo...

Los abuelos, ay lo abuelos. Esas personas que siempre están cuando menos se las espera, esos niños con el corazón tan grande que no les cabe en el pecho. Esas personas, que se parecen tanto a nosotros. O nosotros nos parecemos a ellos. Huuuum.

Yo siempre he deseado cuando llegue a mayor ser como mis abuelos, que no fueron nada especiales. Su gran virtud, la de los cuatro es que fueron buenas personas.

Los abuelos sólo necesitan, de vez en cuando, algún beso de sus nietos. Yo a mis hijos siempre les digo, besad a los abuelos al llegar y al irnos. Ese beso de despedida es el que los hace ser fuertes hasta que les llegue el siguiente beso. Y cuesta tan poco...

Ender dijo...

Yo sólo pude disfrutar de los maternos, y ambos, cada uno en su estilo, fueron muy importantes en nuestras vidas.

Mi abuela era supercariñosa, pero mi abuelo no, y al igual que le cuesta dar, le cuesta recibir cariño, pero desde que está en el hospital, madre mía, no te puedes ir sin despedirte varias veces con sus consecuentes besos, ha desarrollado un control policial de mimos impresionante XDDDD

Sílvia dijo...

Ay, los abuelos... :)

iolanda dijo...

ainss, que suerte de abuelos!!!
yo sólo he disfrutado a mis dos abuelas, bueno a medias, en realidad a mi lala la he disfrutado por los cuatro pq ha sido taaaaaaanto.... pero ahora lo veo en mis hijos y padres así como suegros y es un vínculo precioso.

Quizás la vida no se aprecia tanto como cuándo se está a punto de perderla, eso es real, pero no solo la vida, el amor, el trabajo, incluso el jazmín de la entrada...

Ender dijo...

Sí, es un vínculo precioso y muy especial.

Con quién de verdad tenía yo un vínculo especial era con mi abuela, pero duró muy poco por qué murió muy joven :(

Besitos a las dos.

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