Gente de bien

lunes, 29 de marzo de 2010

Hay una serie de individuos, que toda persona de bien, debe mantener alejados de si mismo.
Son gente inevitable, a la par que indeseable, con la que la gente de bien, colisionamos puntualmente.
En la mayoría de los casos resistimos estoicamente por qué sabemos que pronto desaparecerán de nuestra vida y mientras resistimos nos decimos que así demostramos lo tolerantes que somos.

Otras veces, esas personas entran de pleno en nuestra vida y lo ponen todo patas parriba, ya que ese es su estilo.
Dejan nuestras creencias, prejuicios e ideas, vueltas del revés y nos hacen sentir miserables, sabios o clarividentes.

Puede que incluso, les abramos las puertas de nuestra vida sin reservas, con la esperanza de contagiarles nuestro estilo civilizado, que aprendan lo bien que se vive siendo una persona normal, lo envidiable que es eso.

Sin embargo, en algún momento descubrirás, que es precisamente tu normalidad, lo que te impide trascender ese muro que se alza entre ambos.
Por qué se puede querer, pero al final, tu infancia segura, tu familia estructurada, tu colegio funcional, se alzarán entre tú y la otra persona y tú creerás que jamás podrías estar en su situación y ella creerá que tú nunca sabrás de que va la vida, no eso que tu vives, sino la vida de verdad, la que es peligrosa, la que da miedo, la que te puede costar todo.

Y sólo queda, para demostrar quién eres, dar ese paso y cruzar la línea que separa tu vida normal para entrar en el lado salvaje y peligroso, y si es necesario irás para rescatar a esa persona a las mismísimas entrañas del infierno.
Sabes que eres una presa fácil, pero un brillo fanático y auténtico brillará en tus ojos y nadie te molestará, si hay suerte.

Después volverás a tu mundo seguro, mientras las rodillas te tiemblan y el pulso te late acelerado, eufórico, histérico, sobrecogido.
Volverás a hacerlo, una, dos, tres, cuatro...cien veces.
Hasta que un día, te digas a ti mismo que es un precio muy alto que no estás dispuesto a pagar siempre.

Una mañana, te descubrirás sentado esperando a que esa persona vuelva, en vez de irla a buscar.
Y sabrás, que al fin vuelves a ser esa persona de bien, que debe mantenerse alejada de esa clase de gente.
Nunca quisiste estar en el lado salvaje.

Abstemia de género

jueves, 25 de marzo de 2010

A veces, cada vez menos gracias a estas obras faraónicas nuestras, vamos yo y mi medio pomelo a un bar/restaurante y yo me pido una cerveza y él una cola, o yo una copa y él un café, o sea, yo alcohol y él no.

Hace ya tiempo que cuando esto pasa, observamos atentamente al camarero o camarera que nos atiende.
El proceder es el siguiente, pide uno de los dos la consumición de los dos y esperamos a ver a quién le pone la cervecita o la copa y a quién el café o cola.

A veces, las menos, cada uno pide lo suyo pero no tiene la misma gracia al menos de cara al experimento.
Según nuestra experiencia, si yo he pedido mi consumición, traerán el alcohol y me lo servirán a mi si el camarero o camarera tiene buena memoria, sino, aunque sea yo quien lo ha pedido se lo pondrá al medio pomelo.
Si no se le ha especificado al camarero o camarera para quien es el alcohol pregunta y me lo pone a mi.
Si el camarero o camarera no pregunta, siempre le ponen a él el alcohol.

Con mi cervecita delante y él con su cafelito, discutimos amenamente a que se debe este comportamiento y llegamos varias conclusiones, por ejemplo, que en la mayoría de parejas heterosexuales ellas no beben por lo que es extraño encontrar mujeres que beban y hombres que no en la misma pareja.

Por otro lado, cuando estás en un restaurante y el camarero o camarera trae un plato a la mesa, a no ser que tenga una memoria de elefante suele preguntar para quien es el plato, por que parece ser que en cuestión de comida no hay un género predefinido.

Otras veces, llegamos a la conclusión de que es una cuestión educacional, la creencia que ellas beben menos que ellos y por eso el camarero o camarera llega a una conclusión errónea, la conclusión generalizada con la que tiene menos números de cagarla.

Y mi duda final siempre es la misma, ¿esta forma de actuar es machista, presuponer que una mujer por el hecho de ser mujer no bebe y un hombre por el hecho de ser hombre sí, o sólo es fruto de la experiencia cotidiana que les dice que ellas son menos bebedoras que ellos?

Agarrada al ataúd

lunes, 22 de marzo de 2010

Cuando el Tete murió, todo acabó para mi abuela.
Ella había roto con todas las normas de su época abandonando un matrimonio infeliz y rehaciendo su vida con el hombre del que se enamoró
años más tarde, más joven que ella y con un pasado turbio.

Vivieron muchos años felices, a pesar de la importante enfermedad pulmonar de él, que nos tenía a todos en vilo y nos llevaba al hospital cada dos por tres.
Su felicidad era para muchos incomprensible, desde fuera parecía siempre otra cosa, pero yo que la conocía sé que ella era completamente feliz; y a los demás que les dieran.

Por eso, cuando
el Tete murió, para mi abuela se acabó todo.
Ella era una mujer tranquila pero apasionada y como ya he dicho, le importó siempre un comino lo que dijeran los demás.

En el velatorio, mi madre estaba aterrorizada; su gran miedo, como persona educada en su represiva época, era que mi abuela la montara y para su asombro, mi abuela se comportó, hundida en su infinita pena, casi ausente.
Pero cuando llegó el temido momento de llevarse el ataúd, mi abuela pareció despertar del trance en el que estaba y al comprender que se llevaban al gran amor de su vida, hizo lo único que se puede hacer cuando se está roto de dolor; tratar de evitarlo.
Y así fue como mi abuela se agarró al ataud de
el Tete y empezó a chillar desgarradamente que no la dejara sola, que no la abandonase; que quería ir con él.
Para los demás, fue un momento terrible contemplarla de aquella manera, no por qué viesen su dolor desnudo y profundo, sino por qué había perdido la compostura.

Durante muchos años, ese hecho ha estado muy presente en mi memoria, ese momento insoportable e íntimo, juzgado por todos en base a una educación que teme el dolor, que teme la pérdida del control, que nos exije comportarnos adecuadamente hasta en la situación más dolorosa.
Lo más duro de asumir no fueron sus gritos, sino a la gente, a la gente que la rodeaba y no fueron capaces de acercarse a ella, no físicamente, sino moralmente, que no fueron capaces de entender que estaba en su derecho, que era su dolor y que era su luto.
A esa gente que sintió vergüenza por que no supo controlarse, a esa gente es a la que no me pude quitar nunca de la cabeza.

Durante el velatorio y entierro de mi suegro, hemos tenido mucho tiempo para hablar y pensar en la muerte.
Pensé largo y tendido, que clase de persona era yo, de las que se comían su dolor y mostraban su mejor y más educada cara a los demás, o de las que se agarraban al ataúd de la gente a la que quería.

Hoy por hoy, prefiero ser la que reinvindica su derecho de agarrarse al ataúd de sus seres queridos, quiero tener el derecho llegado el momento, de llorar, de gritar, de tirarme de los pelos y mostrar mi dolor si es necesario, sin pensar en el decoro.
Quiero tener derecho al desgarro, al duelo, a la locura.
Va en contra de todo lo que me enseñaron, incluso de mi naturaleza reservada y discreta.
Pero callarme por los demás, callarme por educación, para no incomodar...eso va en contra de mi sentido de la honestidad.

¿Y tú, de cual de las dos clases de persona eres?

My name is Bon...

lunes, 15 de marzo de 2010

Villa, Bon.


*Por qué una cosa es escribir mal y otra muy distinta, reinventar el idioma.

Quirófano y nieve

martes, 9 de marzo de 2010

Ayer viví mi primera experiencia hospitalaria y no, no es que nunca haya estado en un hospital, es que ayer me ingresaron por intervención quirúrgica por primera vez.
Fue una de esas intervenciones leves, de las que te operan, y si estás bien, te mandan a casa el mismo día, ya que no es un tema ni grave ni importante.

No me gustan los hospitales, es más, los detesto.
Y los tanatorios.
Y los entierros.
Pero en el plazo de dos semanas he tenido raciones de todo y generosas.

Desde hace muchos años y siempre que puedo, confío mi salud a la medicina homeopática, sí, esa que no hace nada, que es un timo y te cura con frasquitos de agua del grifo que son un placebo.
Debo de tener una mente superpoderosa por que en esos años he curado dolencias incurables para la medicina tradicional y han pasado de crónicas a no crónicas y todo, con agua del grifo, oiga!

A veces, como ayer, no queda de otra que pasarte por el hospital y aunque mi experiencia médica ha sido muy variada y plagada de desencuentros, ya que el hecho de ser paciente no debe, según mi punto de vista, convertirme en un objeto inanimado sin opinión ni capacidad de crítica y ayer fue todo como la seda.

Como he dicho, fue mi primera experiencia hospitalaria, nunca me habían ingresado, nunca me habían tumbado en una cama de hospital, nunca me habían metido en un quirófano.
Y yo ayer estaba algo más que nerviosa, el proceso velatorio, entierro, intervención, en el plazo de 4 días, es mucho.

Superado el terrible, como siempre, trance del tema agujas y venas, y de dejarme los brazos como un colador, por qué aquí no me cabe la vía completa, aquí sí me cabe pero por los gritos que está dando la paciente, se le acaba de reventar la vena yo no sigo que venga otra, y el por fin, te he puesto bien la vía pero donde está te va a impedir mover el brazo todo el día, todo ello con la mayor de las amabilidades y comprensión, eso sí, todo fue maravillosamente bien.
Se asomaban cada poco, a contarme que pronto me harían pasar, ya que la intervención que iba delante iba por tal o cual momento, o para ver si necesitaba algo, o para ver si estaba bien de ánimos, o para sonreirme.
Me explicaron muy bien, a mi y a mi chico, que iban a hacer, por qué y todo lo demás.
Y justo antes de meterme en el quirófano, la doctora que me llevaba sujeta, cuando supo que aún no había visto la nevada increíble que estaba cayendo, me llevó hasta una ventana para que pudiera verla antes de que me durmieran.

Es una tontería, un detalle pequeño, pero eso me hizo feliz.
Que en ese momento otra persona, que iba con el tiempo justo, por que siempre hay prisa, tuviera un minuto para enseñarle a esa cría acojonada que era yo, la nieve, que me llevara bien sujeta, que me abrazara fuerte cuando los nervios hicieron presa en mi, todo eso, es más de lo que le pide su trabajo, es gratis, es por qué sí.

Yo no se que pasará las próximas veces, pero en las dos ocasiones que me han tratado, todo el equipo médico de este hospital, se han portado a nivel humano impecablemente.
Estoy contenta de que me lleven, confío en ellas.
Y eso, no tiene precio.

Y esto es lo quen encontré cuando volví a mi casa.





This is the end, my only friend, the end

jueves, 4 de marzo de 2010

Estos días he estado pensando mucho en la muerte.
Imagino que es lo que pasa cuando te sobrevienen dos, de golpe.

Para la muerte de los que nos rodean, nunca se está preparado, o dejémoslo en que para la muerte, no estamos preparados.
La muerte es eso de lo que no se habla, eso a lo que se trata de burlar eternamente, con cirugía, con medicinas, con mentiras.
La muerte no existe, a pesar de vivir en una sociedad donde con más de 20 años ya eres viejo para tantas cosas.

La palabra muerte no se utiliza; no la utilizamos nosotros, no la utiliza el médico que atiende a tus familiares.
No se pone en los informes donde dicen que ya no podrá venir, llegar, ser.

No se habla, no se nombra, nos desesperamos ante su presencia, nos indignamos, nos viene mal, nos molesta, nos cambia los planes, nos estresa.

Pero yo, llevo dos semanas pensando en la muerte; en la que ha ocurrido y en la que está a punto de ocurrir.
Yo tampoco estoy preparada para hablar de la muerte, ni para enfrentarla, ni para asumirla, pero al menos, en mi mente, quiero ser libre para poder plantearme honestamente que es lo que pienso de ella, que emociones me causa.

Durante todos estos años, he tenido claro, con una claridad inamovible, que si enfermo y voy a morir quiero saberlo.
Considero que es un derecho invulnerable inherente a nuestra libertad como individuos, tener conocimiento de algo así.
A pesar de que esa es mi opinión, en la mayoría de casos, la familia y los médicos, optan por no decirle nada al enfermo, el motivo es que saberlo sólo le causaría más sufrimiento y no iba a mejorar en nada la situación que está viviendo.
Este planteamiento, ya dice mucho de la opinión que le merece a esta sociedad la muerte.

Yo, como persona dotada de empatía y con ciertas vivencias a mis espaldas, puedo entender que a un enfermo terminal de cáncer, su familia no le quiera decir que no va a levantarse nunca más de esa cama.
Lo entiendo y lo respeto. Y lo acato.
Resuenan en mi cabeza las palabras de mi chico, diciéndome que me ponga en su lugar, atado a una cama, sin poder ya ni levantarse y saber que la muerte te acecha en la oscuridad de tus párpados.
Sí, debe ser aterrador.
No, no puedo ni llegar a vislumbrar que se debe sentir al saberlo.

Pero no saber que tu vida llega a su fin estando completamente lúcido, no tener la oportunidad de despedirte de los tuyos, no poder tener la oportunidad de decirles aquello que probablemente les dirías en un momento así, también hace que me sobrecoja de miedo.

Y por eso, estos días he estado pensando mucho en la muerte, por que he tratado de saber si la elección que ha tomado la familia, es una elección válida para mi.
Y pienso, que mi elección se basa en el hecho de que imagino mi muerte de un modo concreto, mayor, rodeada de mi familia, con mi chico aún vivo a mi lado, y me resulta fácil que en esas circunstancias me digan algo tan terrible, y me resulta fácil imaginarme poniendome en paz con todos ellos, despidiéndome, diciéndoles que les quiero.
Pero para ser francos, ninguno de nosotros sabemos como vamos a morir, y puede que el día que la Parca se acerque, mis circunstancias sean otras muy distintas, unas, que hoy no sé imaginar.
Y cabe la posibilidad, que en esos momentos, prefiera la ignorancia absoluta, las palabras amables de quienes sean que estén conmigo, las sonrisas fingidas, los ánimos forzados, las promesas infinitas de todo lo que haremos al salir del hospital.

Por qué absolutamente ninguno de nosotros sabe, en definitiva, que tal le va a tratar la vida y el grado de valentía con el que va a afrontar sus últimos momentos.

Así que por ahora, me reservo la duda.

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