Mejor y peor

domingo, 30 de septiembre de 2012

Desde hace unas semanas, mi madre y yo, tenemos mucho más contacto del habitual debido a un drástico cambio de sus circunstancias.
Como está en una fase rememorativa, me cuenta muchas cosas de mi familia, me habla de mis abuelos y de su vida con ellos o de los primeros años de su matrimonio, que aún eran felices.

El otro día, mientras me hablaba del período en el que ya estaba separada de mi padre, me dejó caer entre frase y frase, así, de modo casual, que mi vida había sido mucho mejor que la suya.
No es algo nuevo, desde que tengo uso de razón, viene machacándome con que yo he tenido una vida mil veces mejor que la suya, más feliz, más plena, con menos carencias, etc.
Para ella el hecho fundamental, es que yo tengo pareja mientras que ella perdió a las dos que tuvo, por lo que en su mente, una mujer sola siempre será desgraciada y una mujer acompañada no.

Mi madre, como tantos hijos de la posguerra, tuvo una infancia dura, sus padres, muy humildes, le dieron lo que pudieron, y según ella misma, eso fue suficiente.
Pero sus padres, la quisieron con locura y fueron unos padres cariñosos que la apoyaron en todo, siempre, tanto en sus decisiones como en lo económico.
Mi madre siempre ha vivido bajo el ala protectora de un padre que se ha desvivido por que no le falte nada, que se ha hecho cargo de todo cuando ella no ha podido, y ha tenido una relación estrecha y muy buena con su madre, con la que se llevaba a las mil maravillas.
Sus padres no le dieron una vida perfecta, pero ella fue una hija querida, protegida y segura, a la que no le faltó de nada de lo que realmente importa, con una infancia muy feliz que recuerda con cariño.
A pesar de la difícil separación de sus padres y el terrible precio social que mi madre pagó por ello, siguieron a su lado, cada uno a su manera, y siempre fue lo primero para ellos.

Yo no tuve una infancia feliz, y tampoco una buena adolescencia.
Crecí en un hogar roto, sin afecto, con unas normas estrictísimas imposibles de cumplir.
Mi hermano y yo, fuimos rehenes de una guerra interminable entre mis padres, que ni una sola vez antepusieron nuestro bienestar a sus rencillas, fuimos desatendidos en todos los aspectos por mi padre en incontables ocasiones, y machacados por nuestra madre día tras día por el simple hecho de ser hijos de nuestro padre.
No recibimos apoyo emocional, por que siempre estuvimos bajo sospecha de ser los peores hijos del mundo.
No recibimos apoyo económico, por que no nos lo merecíamos.
Mi casa fue un infierno.

Mi hermano y yo llevamos toda la vida pagando las secuelas de una infancia terrible, tratamos de recomponernos como podemos, de superar nuestros fantasmas, nuestras heridas, de amar sin haber sido amados, de perdonar sin dejar de recibir ofensas, de crecer, de olvidar, pero somos personas marcadas por el dolor y la ira.

Mi madre tuve muy mala suerte con los hombres, es verdad, pero todas sus desgracias ocurrieron cuendo ella era una adulta que podía elegir, cambiar y defenderse.
Nosotros no estamos solos, tenemos a nuestro lado alguien que nos quiere y nos comprende, hemos formado nuestras propias familias y parecemos medianamente felices, pero no albergamos en nuestro corazón ni un solo recuerdo feliz y entrañable de cuando éramos unos niños y eso estará con nosotros siempre, insipirándonos para ser mejores personas, o destruyéndonos por el peso del dolor.

Y por más vueltas que le doy, no soy capaz de ver en qué exactamente, mi vida ha podido ser tanto mejor que la suya.

Acto reflejo

miércoles, 19 de septiembre de 2012

El otro día estaba tumbada en la cama, boca arriba, intentando echarme la siesta, rutina sagrada de mi preñez, y justo cuando me estaba quedando dormida, me pasó eso que nos pasa a veces justo en ese momento, que sentimos que caemos, o que tropezamos y nuestro cuerpo físico se sacude, normalmente dando una patada o un movimiento espasmódico similar.

Bueno, eso es lo que se suponía que debía pasar, pero al sentir que caía, lo que hice fue levantar mi brazo derecho y protegerme la barriga, el primer arranque de movimiento de brazo fue violento y enérgico, pero posé la mano con total delicadeza sobre el vientre a pesar de estar aún dormida.

Como suele pasar en ese momento, me desvelé, más asustada por mi propio movimiento, que por otra cosa y me vi la mano sobre la barriga.
Justo hacía unos días me preguntaba si mi inconsciente sabría ya que estaba embarazada, y tal vez parezca una pregunta extraña, pero tras tres abortos os puedo asegurar que la mente de cualquier mujer urde una espesa tela de araña para protegerse y la aceptación del embarazo, puede ser un trámite lento y costoso.

Nuestra rutina es ahora así, repleta de pequeñas señales que nos avisan que vamos por el buen camino, es un camino muy largo y es muy difícil, sobretodo cuando te enfrentas a los comentarios de los demás que no pueden entender por qué no estamos exultantes y en una especie de nirvana continuo.

Cuando las cosas van mal, hasta el más obtuso puede entender que estés triste, pero cuando las cosas van bien y más cuando te encuentras en semejante momento de tu vida, tu obligación es ser muy feliz.
La pregunta que más nos hacen es si estamos contentos o felices, para acto seguido recordarnos que no podemos menos que estar eufóricos.

No es que espere que a estas alturas nadie nos comprenda, si los malos momentos fueron un calvario de comentarios que no nos ayudaron en nada, ahora no va a ser distinto.
Pero no, no estamos contentos, ni felices, ni nada parecido.
Las heridas que dejan el proceso por el que hemos pasado son difíciles de preveer, las descubres día a día, cuando topas con ellas y te das cuenta de que ahí tienes otro obstáculo que superar.

No sé cómo podría bautizar el estado en el que estamos, pero seguramente, lo más cercano a la realidad, es aceptación, estamos viviendo el proceso de aceptación.
Y en la aceptación no hay dicha, por qué aún no somos plenamente conscientes de todo lo que está pasando y eso es así por que más de dos años padeciendo como cabrones es lo que tiene, que endurece, que protege, que hace que te distancies.
Y claro que somos felices, pero no estamos felices, aún no podemos.

Miramos las ecos de nuestro pequeño gremlin y nos preguntamos si es real, si saldrá bien, si tendremos suerte, si...
Todos los futuros padres tienen miedo, pero nosotros, además de miedo tenemos una cautela infinita.

Por eso, despertarme con mi mano protegiendo mi vientre, es un regalo tan valioso, es una prueba de que a pesar de todo, vamos hacia adelante.

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