El otro día, una de mis mejores amigas, cuando le dije que últimamente estaba intratable me contestó que intratable estoy siempre y que lo que estoy ahora es amargada.
Como no era una conversación a cara a cara se ahorró una reacción de lo más primaria y además, me dio tiempo a meditar si era cierto.
Por que mi primera reacción fue decir que no.
La segunda, fue buscar excusas que demostraran de manera irrefutable que vale, últimamente me comporto como una amargada, pero que tengo derecho, por que tengo mis motivos.
La palabra clave, es que tengo derecho.
Me dije que esta partida la he jugado siempre, toda mi vida, con las cartas marcadas para perder.
Y luego pensé que a pesar de ello, he tenido toda mi vida una mano debajo del culo que nunca me ha dejado en caída libre por que soy una tia con suerte, y lo sé.
Me dije que me ha tocado mucho más de lo que cualquiera podría asumir sin venirse abajo, tanto que sería lícito estar tan rota que ya no me importase.
Y luego pensé que a pesar de ello se me dieron también muchas cualidades para remontar los golpes, sabiduría, paciencia, sentido común y comprensión.
Y la más importante; sentido del humor.
Me dije que estoy pasando por una racha pésima que ya dura más de tres años, en la que cada vez me siento más cansada e invadida por el desánimo y que no es mi culpa que las cosas me salgan del revés.
Y luego pensé que he estado en peores que esta y que mucha gente vuelve estas situaciones a su favor aunque yo sólo consiga que hundirme más y más en el fango.
Me dije que me siento vacía, cansada y desilusionada, que no puedo seguir tirando del carro.
Y pensé que no tengo derecho a quejarme, por que tengo muchas cosas buenas y a personas que me quieren, a las que estoy tratando fatal.
Me dije que ya está bien de fijarme en lo que no me sale bien, en lo que no tengo, en lo que se fue o nunca me dieron aunque me lo mereciese.
Pensé que yo soy la única responsable de mi amargura, que yo me he dejado hundir y yo tengo que remontar.
Que hay un momento para estar triste y otro para luchar.
Que he de aprender de mi historia pero no dejarme derrotar por ella.
Que si la línea de flote queda cada vez más arriba, no se trata de patalear más fuerte, sino de buscar nuevas soluciones.
Y al final pensé, que da igual que esté o no de acuerdo en si estoy o no amargada, que da igual que llore, o chille, o patalee, o que patee a los demás.
Da igual los motivos que tuviese, tenga o tendré para estar mal.
Todo, da absolutamente igual.
Al final, sólo yo voy a tener que sacarme de esta.
Lo puedo hacer por las buenas o por las malas, con pedagogía o a lo burro, con ayuda o sola.
Pero en algún momento voy a tener que empezar.