El universo dentro de mi

viernes, 8 de febrero de 2013

Esta semana me han realizado la ecografía número vaya usted a saber, por qué llevo ya tantas que he perdido la cuenta.
No sé cómo serán las demás ecografías, pero cómo mi Gremlin va con retraso en el peso, la mía es la doppler, que viene a ser un control exhaustivo de una serie de arterias principales del bebé, la placenta y el útero, para ver que el riego es bueno y que su crecimiento no se ve comprometido, ya que estas últimas palabras son el Coco en mi embarazo, lo que marcaría su final acelerado, vamos, el parto aquí y ahora.

Ya sé que las ecos suelen ser momentos muy emotivos y especiales para los padres, pero es que nosotros llevamos una cada 15 días o más desde la semana 20, amén de unas cuantas más que nos hicieron antes y no es que no sea bonito de ver, es que son pruebas diagnósticas en las que no nos enseñan nada, por qué van a lo que van, con lo cual, aparte de la pasada fulgurante que te hacen en los dos primeros minutos del palo, cabeza, tronco, pies, poca cosa identificable más ves.
O dicho de otro modo, que las ecografías no nos dejan extasiados de amor y felicidad.

El martes me tocó una doctora que no conocía, especialmente bruta en cuanto a fuerza apretativa se refiere, pero buena comunicadora.
Cuando ya había mirado el peso, los flujos y las mil cosas más que miran, volvió a la zona de la cabeza e hizo una cosa que no habíamos visto nunca.
Lo habitual es que aparte de ver su estructura ósea, activen un contraste en el que se ven colores, parecidos a las mediciones de infrarojos de calor de un cuerpo humano, para que os hagáis una idea, se ven unos conductos de colores rojo, verde, amarillo y así, queda todo mapeado de colores chillones y con eso hacen sus cálculos.
Pero el martes, la muchacha apuntó a su cabeza, enorme, absoluta, un cráneo que abarcaba toda la pantalla en total oscuridad y esperó en silencio.
De repente, minúsculos destellos naranjas intensos empezaron a brillar cómo puntos de luz en diferentes sitios de la cabeza, primero eran sólo eso, puntos, pero luego fueron creciendo a un ritmo lento pero constante y pasaron a ser pequeñas llamas para finalmente estallar e invadir sinuosamente todo el cráneo marcando misteriosos ríos de lava.
Y así, una y otra vez, apuntaba a la cabeza en total oscuridad y al cabo de unos segundos, se iluminaba lánguidamente de nuevo el mapa del cerebro de mi pequeña hija aún en mi vientre.

Sé que lo políticamente correcto es decir que lo más bonito que he visto a través de un ecógrafo es el latido por primera vez de mi retoña, pero sería mentir.
He visto ya muchas cosas a través del ecógrafo, algunas me han dejado indiferente, otras me han divertido, algunas me han ilusionado.
Pero ésta, ésta me conmovió hasta un punto que me resulta complicado de expresar en palabras.
Sé que estaba en una habitación de hospital, sé que había ruído, sé que estaba en la dimensión terrestre, por así decirlo, pero cuando vi aquel espéctaculo, el sonido del mundo a mi alrededor quedó completamente aislado, en el silencio más absoluto, encapsulado en mi propia respiración apresurada y emocionada, por qué de repente me sentí asomada al universo, mirando más allá de las estrellas más lejanas, viendo un espectáculo extraño y prodigioso que por su absoluta belleza sólo se podía estar dando en lo más recóndito del cosmos por qué aquellos estallidos solares en medio de la más absoluta oscuridad, eran perfectos, eran poderosos, eran hermosos, pero sobretodo, eran sobrecogedores.
Tanto, que me sentí contemplando una de las muchas caras de Dios.

Esas imágenes que se repitieron durante algunos minutos, han sido para mi una de las cosas más bellas e impresionantes que he visto desde que estoy embarazada, han ido sedimentando en lo más profundo de mi alma y me dan paz y sosiego cuando las recuerdo.
Sé que es absurdo, o extraño, pero recordar lo que sentí en ese momento me produce no sólo una calma absoluta, sino que me hace sentir cómo si durante unos minutos hubiese estado conectada a algo infinitamente más grande que yo, a algo que lo une todo, no sólo las personas, sino absolutamente todo por enorme o pequeño que eso sea.
Y hoy sé, que todos y todo, tenemos nuestro sitio en este Cosmos perfectamente desordenado y que lo mismo da un pequeño bebé en el vientre de su madre, que una tormenta solar, por qué en el fondo, todo está formado de la misma materia.

4 comentarios:

emejota dijo...

Así es, y ahora estás a lo que estás. Suerte, mucha fortuna para tu bebita y tu. Recuerda, se parecerá a tu madre, pero envuelta en su oleada de vida, es decir en su generación. Bss.

Ana dijo...

Me ha encantado esta entrada y te entiendo perfectamente... yo también me emociono con ese tipo de cosas, con cómo es la naturaleza, cómo puede ser que el cerebro, un trozo de carne amorfo, consiga estas gestas, etc... y encima, viéndolo en tu pequeña, dentro de ti, tiene que ser una experiencia tremenda...
Por lo demás, espero que todo siga marchando tan bien y que pronto esa pequeñita esté fuera sonriendo, otro hecho maravilloso y difícil de explicar, la sonrisa de un niño...

MORLA dijo...

Me has dejado sin palabras...precioso! Mucha suerte!

Una Más / TPN dijo...

Que Bello Me ha Encantado leerte.

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