Máquinas de amar

sábado, 3 de marzo de 2012

Una de las cosas que más cuesta de aceptar de la raza humana es ese don que parece ser innato para dañar al prójimo.
El ser humano es capaz de lo más noble y de lo más abyecto, aunque no en la misma medida a juzgar por como va el mundo.

Uno podría pensar, echando una ojeada a un periódico, que las personas son monstruos que cada vez se acercan más y más al filo de lo insoportable.
Uno podría estar seguro de que lo único que mueve a la humanidad es la avaricia, la maldad, la crueldad.
Si miramos alrededor no cuesta mucho hacerse una composición de lugar, de un lugar espeluznante en el que nadie está a salvo, podemos llegar a creer que las personas somos máquinas de odiar, de dañar; máquinas de matar.
Pero a pesar de que el mundo es un lugar que da miedo, un lugar del que siempre me he sentido forastera, un lugar del que a menudo quiero huir, no puedo evitar mirar un poco más allá y fijarme en algunas cosas.

Cuando una nación decide entrar en guerra contra otra, lo hace por avaricia, por poder o por dinero, pero cuando un país entra en guerra, sus habitantes no luchan por orgullo o por idealismo, lo hacen por defender lo más sagrado para ellos; sus familias.
Es una contradicción difícil de asimilar que tras las acciones más violentas de las personas a menudo se encuentra un sentimiento de protección hacia los suyos, un intento de defensa, el sentido de preservar lo que conocen.

A veces, después de ese impulso, está lo demás, esa parte animal incontrolable que las sociedades luchan tanto por soterrar, por disimular, por extirpar, y entonces, lo que somos y no lo que pretenden que seamos, se abre paso y nos quedamos con la boca abierta, de pasmo, de horror, de sorpresa y censuramos, acusamos, juzgamos.

Somos máquinas imperfectas, que perpretan actos atroces en nombre de lo que más amamos.
Somos sociedades hipócritas que no nos enseñan a conocernos, que no nos dan herramientas para asumir lo que somos, que nos mantienen en el filo de lo tolerable y que cuando lo cruzamos, nos arrojan a la hoguera.
Somos animales que no quieren serlo, somos bestias nobles, somos peligrosos, somos violentos, somos monstruos con ideales.

Somos lo que somos, y estoy bastante convencida de que si tratáramos de conciliar ambas partes en vez de esconder lo que nos parece indigno, al mundo le iría mucho mejor.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola, no se como llegué aquí pero seguro que era mi inconsciencia la que me llevo aquí, porque quería saber si había alguna esperanza para la humanidad ya que yo estaba convencido de sí hay un sentido de la vida. El sentido de la vida como la base del desarrollo de una persona. Por el contrario, eso era unos de mis mayores temores de que el mundo es un caos que siempre lo fue y lo será. Y gracias a ti me he convencido mas en mi mismo. El problema radica en el egoísmo pasando por la hipocresía. Esa supervivencia que todavía seguimos siendo animales. A decir yo que somos realmente humanos y que nos diferenciamos de los animales es mentira. Aún falta mucho camino por recorrer para ser realmente a lo que llamamos realmente humanos

Ender dijo...

Cuando los humanos reconozcamos toda nuestra parte animal, ahí empezará nuestro sincero reconocimiento.
tan fácil y tan complicado.
Un gusto leerte.

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