Mini Hulka parte I

lunes, 14 de febrero de 2011

Hay unos cuantos rasgos de mi persona particularmente marcados, pero creo que hay dos que se manifestaron antes que el resto.
La hipersensibilidad y la timidez.
Andaba ya mi madre preocupada por ambas y consultando al pediatra, aunque a mi padre eso le parecía cosa de familia, de la suya concretamente, ya que me temo que él era hipersensible también.

Con este par de caracteríasticas tan motivadoras que constituían un tándem sin igual, complementarias y retroalimentadas, me paseaba yo por el mundo a muy corta edad; bueno, no, no me paseaba, más bien me sacaban a rastras.

Mi madre se puso muy enferma cuando yo tenía unos 5 años y mi hermano apenas uno, por lo que vivir en una ciudad con mar era lo peor de lo peor y le recomendaron ir a vivir a un lugar con montaña.
La decisión fue fácil ya que años atrás mi abuela y su compañero, ambos aquejados de dolencias respiratorias, habían seguido el mismo camino, así que fuimos a vivir al mismo puebo, de hecho, encontramos una casa en la misma calle, ¡que digo en la misma calle!, justo al lado de la casa de mi abuela.
Y ahí estaba yo, la hipersensible tímida que se adapta a los cambios como el culo arrancada de cuajo de mi vida urbanita a un pueblo de mierda que lo atravesaba una carretera de mierda justo cuando aún me estaba acostumbrando a no ser ya la princesa de los mares de mi casa por culpa del pesado de mi nuevo hermanito.
Estaba hecha unos zorros emocionales, vamos.

Así que allí estaba la alegre y cosmopolita familia Ender, dispuesta a empezar una nueva vida, en un nuevo colegio, con unos nuevos vecinos y todas las cosas nuevas que os podáis imaginar.
Ni que decir que yo odié ese pueblo nada más llegar.
Esta era mi disposición emocional, bueno, en realidad algo peor, cuando perpreté mis tres sonados ataques de ira homicida; sonados más que nada por que nunca más en todo lo que llevo de vida, he recurrido a la violencia física, lo que los hace aún si cabe, más destacables.

Os he dicho que odiaba el pueblo del demonio ese al que nos habíamos mudado y más aún odiaba el colegio  en el que me habían metido, pero concretamente odiaba por encima de todas las cosas a una niña que había tenido la osadía de llamarse exactamente igual que yo; o sea, que compartíamos el nombre.
He de decir en mi defensa, que en mis 5 años de vida eso no había pasado nunca y probablemente a esas alturas, yo ya creía que mi nombre era eso, MÍO y de nadie más y cuando descubrí que otra niña lo llevaba, casi sufro un colapso.
En silencio y para mis interiores, que la clase urbanita no me la iban a arrebatar en una semana, pero un colapso al fin y al cabo.

Un aciago día de primavera, lo de primavera lo digo por decir, por que no tengo ni zorra idea de si esto pasó en primavera, os lo confieso, estaba la señu repartiendo unos dibujos que habíamos hecho, cuando pasó lo inenarrable; me dieron el dibujo de la otra Endercita en vez del mío.
Cosa rara de cojones en mi, no dije nada, o sea, no levanté la mano y dije:
-Señu, esta birria de dibujo no puede ser mío, de hecho no es mío, haga usted el favor, so miope, de darme el dibujo donde pone Endercita y no es una mierda pinchada en un palo como la que me acaba de dejar en la mesa- esta es la versión racionalizada de lo que pensé en aquel momento, racionalizada y llevada a la adultez, por descontado, yo con 5 años no sabía qué era una miope ni qué era una mierda en el sentido figurado y tampoco me expresaba utilizando la ironía un día sí y otro también.
Así que no sabemos por qué, me callé, esperé que acabara la clase, me dirigí a mi imitadora y le dije:
-Dame mi dibujo.
La imitadora miró su/mi dibujo y dijo que no con la cabeza.
Claro, como que mi dibujo le daba mil patadas al suyo, yo tampoco hubiese querido desprenderme de él, pero es que era mío y el suyo daba vergüenza ajena, a ver con que cara me presentaba yo en mi casa y le enseñaba a mis padres aquel dibujo penoso, se iban a pensar que el aire de montaña me había atacado las meninges o algo.
Yo, que siempre he sido una persona con un autocontrol impresionante, sí, esto sí es en serio, que sí, que lo tengo, respiré hondo y repetí:
-Dame mi dibujo.
Pero la muy desvergonzada de la imitadora que no me lo quería dar.
En condiones normales, bueno, en condiciones normales nunca le hubiese reclamado a otro niño nada, por que entre la timidez, la hipersensibilidad y lo cagona que era, igual dejaba de respirar toda una clase por no molestar, pero ese día, desestabilizada por completo como estaba en aquellos meses, me dije, ¡que coño, el dibujo es mío y lo quiero!

Llegado este punto yo hubiese llorado y moqueado, o bien me hubiese ido aceptando la derrota, pero en vez de eso, dejé su dibujo en la mesa de al lado y me agarré de los pelos de su cabeza talmente como si estuviese a punto de despeñarme al vacío y su cabellera fuese lo único que se interpusiese entre la muerte y la vida.
La criatura entre la sorpresa y el daño que hace que te tiren del pelo a lo salvaje, explotó en gritos y llantos a la vez que trataba de soltarse de mis manos, pero ya se sabe que yo me aferro a la vida con fuerza y no la soltaba ni a la de tres.
Por suerte para ella, las señus vinieron a socorrerla quedando liberada al fin de mis garras maléficas, recuperando en ese momento mi maltrecho dibujo, que en medio de la refriega había quedado malherido.
Cuando me preguntaron por que lo había hecho, no salió ni una palabra de mi boca.
Las señus no fueron muy duras conmigo, por que estando al tanto como estaban de lo de la enfermedad de mi madre, imaginaron que estaba yo algo alterada por esa causa.
Aunque en realidad la causa era otra, puesto que le enfermedad de mi madre había sido la punta del iceberg de una convivencia rota y de una familia que ya no lo era.

Cuando llegué a mi casa, las señus habían llamado a mi madre que me preguntó por qué lo había hecho.
Yo saqué un dibujo arrugado y desgarrado de la cartera escolar, se lo puse en las manos y simplemente le respondí:
-Es que no quería darme mi dibujo.
Creo que ese día mi madre debió pensar que yo, de mayor me iba a convertir en artista, por lo del genio y por lo del apego rozando la obsesión por MI obra.

6 comentarios:

Chelo dijo...

la etiqueta de "me pongo psicópata" me ha arrancado una sonrisa después de haber leido tu historia, gracias por compartir con nosotros algo tan íntimo.

Por si te sirve de consuelo, eres la única Ender que conozco en el mundo mundial ;-)

un beso guapa

Antonia dijo...

me he reído mucho aunque con algo de tristeza y que sí, que hay que defenderse de las usurpadoras ;)))

ah, yo tampoco conozco a ninguna otra ender

Isa dijo...

Dicen que la violencia nunca es la respuesta... pero a veces es lo único que funciona. Sobre todo a determinadas edades :-)

Única Ender en mi círculo, también.

Ender dijo...

Os he de confesar una cosa...no me llamo Ender XD
Vamos, que mi nombre sin ser de lo más normal, tampoco es de lo más raro.

Chelo, es que a veces me pongo psicópata, intento que cada vez menos, pero a veces se me escapa :D

Güertana, no fueron los momentos más alegres de mi vida, lo reconozco, pero a las penas puñalás, y yo me rio de eso y de cualquier cosa XD

Isa, a esas edades una buena ostia, patada, colleja o lo que sea, mano de santo, sobretodo si se da entre especímenes de las mismas características de edad y tamaño XD

Deciros que estoy viva, pero currando un montón de horas y no tengo tiempo pa na!!!!!!!!!!!

diego dijo...

Ender, me has hecho sonreír, una vez más. Hoy lo necesitaba: día frío y ventoso fuera y dentro de mi alma. Gracias.

iolanda dijo...

Endercita, ¡que fácil es entenderte! también me has sacado una necesitada sonrisa...
Besitos,

Saludos Diego y a demás compañía

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