Los tres viajes a Francia de mi abuelo: Parte I, primer viaje

lunes, 1 de junio de 2009

Mi abuelo planificó en su larga vida, tres viajes a Francia.
De esos tres viajes, dos fueron impulsados por el miedo, y uno por amor.

La maldita guerra civil había terminado y mi abuelo tenía que marcharse de su tierra, cientos de cadáveres hambrientos de venganza o simplemente de arrebatarle a los demás lo poco que había quedado, rencillas antiguas, odio, envidia y a veces, las menos, por ideología auténtica, hacían inevitable abandonar la tierra en la que había nacido, la tierra por la que había luchado, la tierra por la que había soñado que la igualdad era posible, la tierra en la que había soñado darle un futuro a sus hijos que no fuese partirse el lomo de sol a sol para un amo rico, por qué ese era el mundo que él trató de cambiar, pobreza, desesperación, humillación para el pobre, ¿y la política? la política no era nada comparado con el hambre y la dureza de la vida de unos campesinos sin tierra con 16 hijos que trabajaban en el campo desde la tierna infancia, sacados del colegio, casi analfabetos, para tener algo más que un puñado de tierra en la mesa para comer cada día.

Tanto dolor, tanta muerte, tantas traiciones, tanta miseria, enfermedad, tristeza y al final la única salida viable era el exilio, camino que tantos antes habían seguido y tantos después siguieron; Francia, patria hermana, tierra de libertad, madre cariñosa que abraza a sus hijos recién llegados...

Quién nada tiene viaja ligero de equipaje, apenas un poco de ropa, y a pesar de no tener nada hay tantas cosas que hay que dejar atrás, tantas vivencias, tantos sueños, para salvar la vida hay que desprenderse de tantas cosas que casi se le hace insoportable, pero no mira atrás, se embarca en uno de los muchos barcos que en aquellos momentos llevaban en sus bodegas a los primeros refugiados que dejaban atrás su patria rota, perdido ya todo, tratando de salvar al menos la vida.
El viaje más largo de su vida empezó en un puerto de la costa catalana que nunca antes había pisado, contemplando por primera vez el mar que se mecía tranquilo y oscuro, cómplice silencioso.

Las horas se suceden con lentitud en la bodega llena de cuerpos propietarios de voces que apenas pueden distinguirse en ese caos, en esa lenta espera, tensa, llena de miedo, húmeda, hambrienta, esperanzada.
El terror de ser descubiertos emana de los poros de los cuerpos apretados unos contra otros, son tantos los que quieren irse y no saben si tienen más miedo de quedarse o ser descubiertos en ese barco, los que viajan en familia se abrazan, se oyen toses, algunos se quejan, otros sollozan pensando que tal vez no volverán a ver a sus familias...si es que aún las tienen.
Y en la mente de todos Francia se alza cómo la tierra de esperanza que los salvará, que los acogerá, Francia, la gran Francia, les espera.

Pero ese barco nunca llegó a Francia.
Al llegar a Barcelona le fue denegado salir del país y no pudo seguir más allá del puerto de la capital.
A pesar de estar retenidos en Barcelona, los viajeros no pudieron abandonar las bodegas del barco hasta muchas horas después de haberse detenido.
Esas horas serán las peores, no saben dónde están, pero no pueden haber llegado a Francia todavía, nadie les dice qué pasa y el barco no se mueve, se oyen pasos apresurados, voces lejanas y el maldito barco no se mueve.
Es el fin, las lágrimas les corren por los rostros, muchos rezan en silencio, tratan de no hacer ruido aunque el terror los tiene paralizados, algunos sólo piden ver una vez más el cielo, la luz del sol, los rostros de su familia, su pueblo.
Mi abuelo aprieta con fuerza su hatillo, recuerda los días felices de su infancia, su primer beso, las travesuras que perpetraba con sus amigos, las escasas horas del colegio que tanto le gustaba y sabe que no quiere que ese sea el final, es tan joven, le queda tanto por aprender, por hacer.
Pierden por completo la noción del tiempo, en la bodega todo está oscuro y en silencio y de repente, tras tantas horas hacinados se abren las puertas con estrépito, se oyen gritos; no entienden lo que está pasando.
Alguien les grita para que salgan, las bodegas empiezan a ser desalojadas, los tripulantes del barco los empujan, los ayudan a salir, los llevan a tierra, el momento más temido llega, se agarran a las barandas del barco y buscan con la mirada el puerto, esas décimas de segundo que tarda el cerebro en procesar lo que ve se vuelven eternos, los latidos resuenan en la cabeza y entonces alguien rompe a llorar, esta vez, por primera vez desde que zarparon, lágrimas de alivio; el puerto está desierto, la policía no les está esperando.

El barco se aleja y ellos permanecen unos segundos desorientados con las maletas a sus pies, contemplando la noche que les recibe en el puerto barcelonés.
No, no es Francia, pero Barcelona tendrá que valer por el momento.
Muchos de ellos seguirán tratando de llegar a Francia a toda costa, otros desde Barcelona partirán a otros puntos de la geografía española, otros se quedarán en esa ciudad.
El futuro tratará de forma desigual a los viajeros de ese barco, que durante dos días han entralazado sus destinos.

Mi abuelo se arrebuja bajo su chaqueta para despegarse la humedad y el frío de las bodegas del barco, se cala la boina, recoge su hatillo del suelo y emprende el paso rumbo a las calles de esa ciudad desconocida.

Al cabo de unos minutos se adentrado por sus callejas y desaparece engullido por la ciudad; ha decidido que va a probar suerte en esa ciudad que le ha recibido esta fría noche, esta ciudad que se ha mostrado clemente.

5 comentarios:

mariajesusparadela dijo...

He leído en más de un lugar, que Francia no fue lo que todos esperaban: Que incluso fue más benigno participar en la nueva guerra europea que permanecer en los campos de refugiados.
Seguro que tu nos lo cuentas.

Ender dijo...

Maria Jesús, Francia fue una terrible decepción para los españoles.

Desde luego no tuvieron muchos reparos en entregar a los exiliados españoles, muchos de ellos acabaron en campos de concentración, así que, no, no fue lo que todos esperaban.

En ambos casos, si te ibas o si te quedabas, tenías que esconderte.

Cómo mi abuelo no llegó a Francia, del tema no sé más que lo que he leído, pero no de primera mano, sin embargo mi abuelo contaba precisamente eso, que los españoles no tuvieron mucha suerte en Francia.

angelito dijo...

espero el numero 2.

Ender dijo...

Angelito, os prometo el 3, pero el dos aún no sé si lo voy a escribir.

angelito dijo...

oh!!!

bueno, pues el tres

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