En mis pesadillas

miércoles, 18 de febrero de 2009

No es muy usual, encontrar el paisaje exacto de las pesadillas de uno en el extraño mundo de la vigilia, pero el otro día, entré en una portería de un piso por casualidad, caminé con cuidado por el pasillo en obras con baldosas de varios tipos que formaban un puzzle de pésimo gusto, parcheado con puertas para salvar socavones y agujeros, que a juzgar por la oscuridad, parecían llevar al mismísimo centro de la tierra.

Superado el pasillo, la escalera parecía despojarse de su aparente normalidad, las paredes ya no eran blancas, ni había iluminación, ni siquiera baldosas nuevas, por feas que fueran, era cómo atravesar una puerta que llevase a mis pesadillas, un edificio que se alzaba con seis plantas de alto, para terminar en una claraboya cochambrosa, recorrida por metal gastado, mostrando al oscuro cielo, las almas de sus habitantes.

Es difícil describir qué se siente cuando se está en un lugar cómo ese, un lugar dónde sientes que has estado tantas noches, un lugar que ha sido escenario de tus fantasías tenebrosas y oscuras y también es difícil desprenderse de la emoción que causa, recorrer esas paredes con la mirada, permanecer en silencio tratando de escuchar las palabras susurradas hace tiempo, tratando de captar los fantasmas del pasado, adentrándome casi en completa oscuridad, por las solitarias escaleras, que estoy segura que al final, conducían al mismísimo infierno, sólo que en sentido ascendente, a ese cielo de oscuridad monstruosa que parecía engullirlo todo.

Sus escalones desgastados, antiguos, deformados, custodiados por esas barandas oxidadas, se elevaban uno a uno, seguidos por las paredes llena de humedades, desconchadas, formando un mosaico de cientos de colores ya usados, colores, olvidados, colores desprendidos, paredes desiguales en las que se abren cómo heridas, puertas que parecen bocas sin dientes, bocas sin voz que tragan y escupen a los escasos habitantes.

Antes de subir, si reunes el valor de hacerlo, está la vigía del lugar, guardiana muda, imperturbable, que espía tus movimientos, una tenue sonrisa ilumina su rostro sin ojos, te desafía, te llama, en sus manos sostiene una luz que jamás ilumina nada, sus brazos alzados, dejan al descubierto unos pechos desnudos, descarados, que tal vez, te puedan hacer olvidar que no debes traspasar ese umbral, que ese, es un camino de ida sin vuelta, siempre arriba, hacia arriba, escalón a escalón, sólo el sonido de tus pasos te acompaña, sólo el sonido de tu respiración te sigue, sólo la negrura te envuelve...

Cómo no suelo hacer caso de avisos, ni de vigías, subí la escalera hasta arriba, despacio, silenciosamente, espiando mis propios movimientos a cada recodo, hasta finalmente llegar arriba del todo, entonces, sólo entonces, reparé en que los escalones que fui subiendo habían ido siendo engullidos por la oscuridad que parece envolverlo todo aquí dentro.

Así que estoy aquí arriba, debajo de la claraboya iluminada por un tenue resplandor de una luna que no brilla, sentada, esperando a reunir el valor necesario para adentrarme en la escalera sumergida en la oscuridad y volver a bajar, algún día; a no ser, que esté de nuevo sumergida, en alguna de mis pesadillas.

4 comentarios:

tetealca dijo...

A veces es dificil distinguir lo que es sueño de lo que es realidad.A veces nos gustaría que la realidad sólo fuera un sueño y también, a veces nos gustaría que los sueños se hiciesen realidad.

Ender dijo...

Yo me conformaría con que la realidad tuviese la mitad de la intensidad que mis sueños, o incluso que mis pesadillas ;D

Saludetes

diego dijo...

Nunca sé cómo van a acabar tus relatos... Yo que tú esperaba a que esa luna que no brilla se encendiera (las lunas simpre acaban encendiéndose) y me escaparía por la claraboya, buscando nuevos sueños.

Ender dijo...

Diego, me dan miedo las alturas ;P

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