El tiempo de los gitanos

miércoles, 11 de febrero de 2009

Hace unos cuantos años,tuve una amiga que tuvo un novio bosnio.

A la familia la noticia no le cayó muy bien, no tenían muy claro de dónde era el muchacho, pero confiaban en que sería uno más y que este muchacho, que encima era gitano, no sería el definitivo.

Armó mucho revuelo el novio bosnio en todo el barrio, un lugar dónde las noticias volaban y todos sabían todo de todo el mundo.
Era un tipo de extranjero, poco visto antes por la zona y además, no sólo era el novio bosnio, era él, sus hermanos y el amigo yugoslavo.

Se movían por el barrio cual banda, iban a buscar a la muchacha, todos juntos, en bloque, la esperaban en la calle, todos juntos, cual banda.
Eran cinco hermanos, cuatro chicos y una chica, aunque solían ir juntos sólo cuatro, de los cinco, y el amigo yugoslavo, que no era muy difícil de distinguir dentro del grupo.

Una noche, nuestra amiga nos invitó a salir con ellos, ellos en el más amplio sentido de la palabra, ya que siempre salían todos en grupo, para que nos conociéramos.

Quedamos cerca de dónde vivíamos, en un salón recreativo, lleno de máquinas y billares.
Se les distinguía bien, un grupo de 7 personas con un segurata rondándoles, se ve enseguida.
Por lo visto, en ese sitio, que les gustaba frecuentar para jugar al billar, deporte del que eran incondicionales, les ponían siempre problemas para entrar, por qué creían que eran ladrones.

Esa vez, fue distinto, éramos mayores que ellos, españoles...nos dejaron entrar más fácilmente, aunque en sus caras se veía claramente, que no nos iban a quitar la vista de encima mientras estuviésemos dentro.

Llegamos hasta el billar elegido, por lo visto, si podía ser, elegían siempre el mismo y empezamos a jugar.
Al principio, sólo jugamos, el grupo de hermanos sonreían tímidamente y nos invitaban constantemente a cigarrillos, Malboro, repetían con orgullo cada vez que nos lo ofrecían, cómo queriendo decir, es tabaco bueno!, al rato, empezamos a hablar, los hermanos, no hablaban mucho castellano, pero el yugoslavo, que era listo cómo el hambre, lo hablaba casi perfecto y se notaba a la legua, que necesitaba comunicarse con gente nueva.

Estuvimos hablando de cosas triviales, del billar, del tiempo, hasta que los hermanos, acalorados por el billar, empezaron a despojarse de algunas prendas, que invariablemente, dejaban al descubierto cicatrices, demasiado repetitivas, demasiado contundentes, para ser accidentes de la niñez, en todos y cada uno de los casos.

Cuando les pregunté por sus padres, si estaban aquí con ellos, se miraron y guardaron silencio.
No, no estaban aquí con ellos, era evidente, el mayor tendría unos 20 años cómo mucho, la chica, la más pequeña tal vez no tenía ni 15.
Salían siempre juntos por qué tenían miedo, miedo de ser separados, de la policía, de ser devueltos a su país y puede que por eso, la pequeña siempre estuviese fuertemente abrazada a uno de sus hermanos, apretándose mucho, en silencio.

Su madre estaba en Bosnia, imagino que tratando de sobrevivir, cómo ellos aquí, el mayor decidió hacerse cargo de sus hermanos e intentar tener una mejor vida en otro país, y terminaron en España, aunque no era el sitio dónde habían planeado ir.

Pero allí estaban, eran ruidosos, se reían mucho, se empujaban y se acusaban de hacer trampas, lo estaban pasando en grande, unos jugaban, otros miraban, pero todos, sonreían de oreja a oreja con una felicidad en la mirada, difícil de ignorar.
Daba lo mismo que estuvieran lejos de casa, que los trataran constantemente de gitanos ladrones, se tenían los unos a los otros y eso era suficiente.

Muchas de sus frases empezaban con, en mi país...con ese orgullo del que todos hablamos de nuestra patria, aunque la inmensa mayoría de las cosas que contaban, eran para estar tristes.

El muchacho yugoslavo, era una incógnita, no habló de su família, sólo nos contó que antes de la guerra, eran todos amigos y después de la guerra, siguieron siéndolo y cómo no, decidió acompañarlos en su aventura europea.

Lo primero que hizo nada más llegar, fue agujerearse los lóbulos de las dos orejas, en mi país...no era ni fácil, ni frecuente, así que ahora llevaba dos pendientes dorados, con el mayor de los orgullos.

No eran más que una panda de críos, que creían que eran muy mayores; pero no lo eran.
Estaban asustados, cuando era de noche, en sus camas, siempre prestadas, pensaban en su hogar, en su madre y se extrañaban, pero trataban de olvidar eso y para ello, fumaban y fumaban, bebían cerveza y reían alto, muy alto.
Palmeaban la espalda de mi chico, contentos de habernos conocido, contentos de ganar al billar, felices de estar vivos.

Si les preguntabas si necesitaban algo, su expresión se ensombrecía un poco y contestaba el hermano mayor, no, no, no necesitaban nada, dormían unos días aquí, otros allá, no les faltaba de nada, su orgullo un poco molesto por creer que alguien podía pensar que no podían valerse por si mismos, pero también amables por la preocupación.

Nuestra amiga estaba encandilada con su novio, si los mirabas, no costaba mucho imaginarse cómo se puede llegar uno a enamorar de una persona con esa alegría, con esa fuerza, con esa actitud...y nosotros, abrumados por tantas cosas, a veces tristes por lo que no teníamos, enfadados por lo que salía mal, nosotros, que teníamos una cama dónde dormir, una casa dónde cobijarnos, comida todos los días, família, amigos...

Hoy me ha dado por acordarme de mi amiga y su novio bosnio, los hermanos del novio y el amigo yugoslavo, y me he alegrado de haberlos podido conocer.


10 comentarios:

Cristina dijo...

Aisss, me ha encantado tu relato. Me gustaría estar segura de que tiene un final muy feliz.

Besitos!!!.

Ender dijo...

A mi también, el nene yugoslavo era un auténtico amor, eran tan críos y tan lejos de casa, aguantando tantas cosas...joder, que mundo el nuestro.

No sé cómo terminó la cosa, simplemente, se marcharon a otro país y ya no supimos nada más.

Espero y deseo que estén todos bien, y que sigan dando palizas al billar, que eran muy buenos ;D

Besitos

Cristina dijo...

Pues sí, ojalá que les haya ido fenomenal.

Es duro salir del país donde uno ha nacido y crecido, donde tiene su base cultural. Creo que se debe sentir un fuerte desarraigo. Sobre todo en un caso como el que nos cuentas, con el país en guerra. En fin, éste es el mundo que nos ha tocado.

Besitos.

Ender dijo...

Peor estaba el yugoslavo, que me da a mi que ese chico estaba bien solito (de família hablo) en el mundo.

La inmigración es muy dura, cierto, al menos si estás en família se hace más llevadero :D

besitos

Ana. dijo...

Vaya historia! Me dejas fatal con la historia de esos chicos...
A mí me tenía prohibido ir a los futbolines... ;(

Ender dijo...

Ana, no, fatal no.

En serio, eran dignos de cualquier cosa menos de lástima.

A mi lo de los futbolines no me lo prohibieron por qué no lo sabían, jijijiji.

Ana. dijo...

Sí, seguramente tienes razón, no hablo de lástima, pero... cuántas veces te habrás preguntado por ellos? Como sería su futuro y su presente?

Ender dijo...

Bueno, cómo no puedo hacer otra cosa que inventar e imaginar, voy a imaginarme que volvieron a su país, se hicieron mayores, se casaron, tuvieron hijos, prosperaron enconomicamente, y de vez en cuando, en las reuniones familiares, se acuerdan de esos meses que estuvieron en España y hablan de esos días entre risas...

:D

Marc dijo...

quién tuviera ese espíritu de felicidad al no tener nada... cuando no tenemos nada, tenemos menos preocupaciones, no crees?

Ender dijo...

Marc, ojalá nuestro espíritu fuese el de ser felices con lo mucho que tenemos...

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